jueves, 24 de abril de 2014

CONFESIONES.


Si, en esa maraña vertiginosa entre de a poco sin darme cuenta. No sé porqué. En volá fue la desaforada impaciencia de su boca, o el roce eléctrico de su mano en la mía. Confieso que en un comienzo el impetuoso impulso somático de tenerla, de poseerla, me hizo mover piezas indebidas del tablero. Como sea, caí, más profundo de lo que mi estructurado plan de acción había previsto. Pero con el tiempo me acostumbré, demasiado rápido quizás. No sé en que punto el intrincado raciocinio dio paso al dopaje etéreo del amor. Es cierto, siempre me consideré inteligente, no más inteligente que el resto, pero si una inteligencia especial, mía, la cual no me salvo del soberbio laberinto. No sé que fue en verdad, lo que si comprendo es que fue extrañamente diferente, y fue eso quizás, el desconocimiento ante lo distinto, lo que me hizo acrecentar la lista de la estupidez. Había una paz anaranjada que flotaba en aquellos días, y mi rostro lluvioso despejaba cuando ella sonreía, cuando ellas sonreían. Y si, lo confieso, fui feliz, pero feliz de verdad. No esa felicidad efímera que abunda en los estados de facebook. Felicidad auténtica, esa que se parece a la morfina. Terrenal ambrosía la de sus labios inquietos. Noches enteras de conversaciones triviales, risas bobas, proyectos fabricados en palabra y miel. Mejor está el hombre que no ha conocido esa wea que llaman felicidad, pues no le hará demasiada falta en su desventura. Mas pobre de aquel que de un segundo a otro ve quebrarse los débiles cimientos de lo que cree ser su razón de existir. No estoy seguro si logré coger en mi mano aquello que los poetas han llamado amor, ni sé tampoco qué tan enamorado pude estarlo. Aun la tecnología no ha logrado determinar una escala precisa para medir en un espectro más o menos inteligible aquellas ideas abstractas comprendidas en la palabra sentimiento, aunque en mi caso quizás hubiese bastado un barómetro en la oscuridad de mi cuarto, o un amperímetro situado entre ambos cuerpos. En fin, por contraste con mi actual situación puedo decir, en pleno uso de mis facultades mentales, que en aquellos días fui feliz, al punto que generé dependencia e incluso síndrome de abstinencia. Pero de un momento a otro todo se fue a la mierda. El sin sabor de sus besos postreros indicaban una fractura profunda a niveles más profundos que la carne. Besos con sabor a pasado, polarización errónea, desastre sentimental latente en abrazos fingidos y confusión patológica de amor, odio y olvido. El malestar llevó al quiebre de todo intento posible, y después la abstinencia, la asquerosa sensación de pérdida y todas esas weas que ustedes también deben conocer. Y aun así el reintento, la verborrea imprecisa con la que intentaba en vano describir su insalubre confusión mental, las ganas de hacer después de 5 meses lo que Jesús hizo al tercer día. Proyecto condenado al fracaso. Error de ingeniería numero uno: levantar estructuras en terrenos de mal sustento. Y al fin después de tanto tiempo una luz de razón barrió en un soplo la estupidez: A la mierda contigo. Voluntariamente quise rehabilitarme y de golpe dejé de frecuentar su casa. Abandoné mi ilusa esperanza de cambio y me alejé para siempre de sus caderas antropófagas. Ahora, en completa sobriedad y limpio ya de todo estupefaciente sentimental, puedo decir que estoy mejor así, sin nada que me recuerde el estúpido soponcio multicolor de aquellos días. Pero en nada de lo dicho y confesado reside lo peor. Lo peor es que más temprano que tarde caeré de nuevo en la estulticia amorosa, traicionaré esta clara lucidez y abrazaré el delirio, la dulce perdición de un amor inyectado directamente en mis venas.

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